
En el atardecer, después de la lluvia,
el sol acariciaba las piedras de la antigua ciudad
de una especial manera,
con un profundo y limpio amor.
Y al mirarnos supimos que
éramos conscientes de aquel minuto prodigioso,
de aquella intensa belleza inestable.
Eloy Sánchez Rosillo
Fotografía: Willy Ronis
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