LAS MANOS DEL JARDINERO



Las manos del jardinero conocen a la tierra como al vientre de la mujer,
conocen sus senderos húmedos y oscuros
y pueden perderse sin recelos entre su profundo vacío.
Las manos del jardinero se ensucian continuamente
y por debajo de sus uñas se resguardan las esporas,
que esperan en momentos distraídos para caer entre los cuerpos entrelazados.
Las manos del jardinero son agrestes y tienen el color de los olivos centenarios,
trabajan con paciencia y transmutan los paisajes con el acento del sol,
diríase que conocen todos los trucos de magia,
para hacer brotar de la nada extraños amaneceres.
Las manos del jardinero conocen los ciclos naturales,
los ritmos y silencios de los suelos
y el lenguaje secreto de las nubes.
Construyen utopias vegetales en los días mas ácidos del invierno
y la primavera, cuando llega, les susurra nuevas vías para el sueño.
Las manos del jardinero desnudan las viejas pieles de sus troncos añejos,
como los amantes hacen a veces en los tránsitos de los climas.
Cuentan con la paciencia para ver crecer las cosas que hasta hace poco
eran casi nada, invisibles voces que susurraban dentro.
Y tienen la fe de los alquimistas en la Vida.
Las manos del jardinero conocen las medidas justas de agua y de sol,
los tiempos propicios para esa poesia.
Y sus palabras favoritas son: podas, injertos, deseo, brotes, esquejes y riegos.
Ya han sido heridas en ocasiones por las espinas de alguna rosa,
y esas marcas se vislumbran a veces como cicatrices luminosas entre los dedos,
y eso no evita poder dejar de amar y volver a sentir en las manos la áspera llama.
La ternura termina floreciendo repetidamente entre la carne y el hueso,
en el verdor sostenido por las manos del jardinero.

No hay comentarios: